Reseña sobre La religión Hölderlin y selección de textos
El riesgo de vivir en el aura del mito
Por Joaquín Vazquez
En el hueco de la espera de los dioses idos se deja escuchar, cada tanto, el clamor impersonal de la lucidez. Basta con detenerse a pensar que, si las condiciones están dadas, una sola chispa puede catalizar un cosmos para quedar subyugados ante el pasmo. Pero el problema radica en la parte muda y no manifiesta del chispazo. ¿Se esconde algo ahí? ¿Es posible la deserción de panteones enteros?
En este ensayo, Javier Galarza nos hace escuchar la voz Hölderlin y la pone a dialogar con las de Calasso y Heidegger para disponernos a la tarea del pensar poetizante, capaz de remitologizar el mundo, de reunir en el acto poético la dispersión del sentido. Dice el autor: “Lo sagrado es uno de los impulsos básicos del hombre, como el hambre. La creencia viene del mito, o de las cuevas rupestres, y quizás antes. Lo sagrado es independiente de un dios, es ese espacio para el misterio donde aún nos encontramos. Pueden haber muerto todos los dioses, pero la vida sigue siendo eso que nos escapa”.
En estas páginas, parece sugerirse que el acto mismo de poetizar es el que convoca a la multitud de dioses, el canto que salva la distancia entre la finitud desgarrada que somos y la indiferencia absoluta de lo que nos excede. Nunca hubo dioses ni religión sin poesía. No importa la época ni la cultura, los dioses han vivido únicamente en el poema. Testimoniar su muerte o su huida es también labrar el acta del silencio que el discurso técnico-científico le impone a lo que no se ajusta a su régimen de expresión, a lo que metaforiza y tiende puentes hacia lo otro.
Bajo el amparo del ya clásico apotegma hölderliniano que dice El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, Galarza ensaya, sin mencionarlo explícitamente, una ética politeísta de la fantasía, vale decir, de la poesía; pero también nos advierte seriamente sobre los peligros de librarnos a vivir en el aura del mito. Lo sagrado quema, arrolla, enloquece a los mortales que se aproximan a mirarlo de frente y sin velos. Hay que precaverse. No somos oráculos y carecemos de órdenes simbólicos para contener el caudal de lo que adviene cuando se sintoniza esa frecuencia. Es ahí donde Hölderlin le da una tarea a la filosofía: ser el hospital de las conciencias míticas, poner ungüentos de abstracción en la herida abierta de la verborragia de imágenes, contener en el concepto la efervescencia sagrada.
De resonancias quignardianas, La religión Hölderlin es a la vez un registro epistolar de una vida atenta a la poesía en plena pandemia, pero también una tentativa seria por encontrar un modo de habitar esta época.
Fragmentos de La religión Hölderlin (Buenos Aires, Llantén, 2022)
De Libro de estampas I
ESO HABLA Y HABLA DURO
En ensayos de Heidegger o de Lacan leí algo así: eso habla, eso escribe, o eso piensa. Cada uno le pondrá un nombre diferente a eso: el psicoanálisis lo llamará inconsciente, el existencialismo lo llamará el ser, el místico lo llamará dios. Suelo pensar que hay una trama simbólica hecha de lenguaje donde cada poeta aporta su propia voz. Intuyo que esta trama es universal, hace a la especie humana y creo que cada voz es un eslabón pequeño pero imprescindible en esa cadena. En la medida en que se escribe o se pregunta, hay algo que urge ser dicho. Eso nunca puede ser claro como una fórmula matemática. Y el significado será posterior a la obra, las implicancias de lo dicho o lo no dicho. Continúa viva la pregunta de Heidegger: ¿somos capaces de escuchar lo que Rimbaud calló? Podríamos agregar: ¿somos capaces de escuchar toda esa poesía que los siglos callaron en Safo?
ORACIONES
El mundo es texto en tanto la vida misma es escritura. Y muchas veces uno reescribe libretos, los borra, los altera o los tacha. Me interesa ese desborde de la hoja de papel sobre la vida. Como deseo de expandir el mundo, no en el sentido de crear una ficción, sino en el de apresar un caudal de existencia que de otra forma sería inasible. Estamos en una era de transición que no sabemos hacia dónde nos lleva. Esto involucra tanto a la escritura como a la figura del intelectual. El mundo todo está en jaque. Quizás esto sacuda la lasitud posmoderna. Freud, Mandelstam, sufrieron hambrunas, deportaciones. Pero el arte, durante y entre guerras, fue formidable. Vivir colectivamente algo de lo real. Que la pandemia toque el lenguaje, que según Burroughs, también es un virus. Que en este cambio podamos resistir.
De La religión Hölderlin
INTERSTICIAL
Si la muerte de un poeta es un drama del lenguaje, como escribió Joseph Brodsky, algo se apaga también en el momento en que la tierra debe dar paladas sobre sí misma. Aquella fidelidad al deseo de Antígona queda suspendida en tiempo de pestes: «Quiero enterrar a mi hermano».
La poesía también es tocada, quedó marcada luego de los campos o de la dictadura o las guerras. Nos quedan restos de palabras, un lenguaje de interferencias, cortes e interrupciones. Esa «palabra herida» que, según EdmondJabès, lo hermana con Paul Celan. Releyendo a Hölderlin, un momento intersticial, entre el «ya no» y el «no es tiempo todavía».
De Libro de estampas II
EXPERIENCIAS DE LA INTEMPERIE: El habitar poético
«Pleno de méritos, pero poéticamente, habita el hombre en esta tierra». Este verso de Hölderlin ha tenido y tendrá muchas interpretaciones (sin duda, las más certeras son las de Heidegger). No obstante, anoto: no es lo mismo tener un cuerpo que habitar un cuerpo. No es lo mismo estar inserto en el mundo de la lengua que habitar la lengua. No es lo mismo estar en la tierra que habitar la tierra. No es lo mismo estar en una casa que habitar una casa. Un habitar poético exige pensamiento.
«Pero a nosotros nos toca, oh poetas, permanecer con las cabezas desnudas bajo las tormentas de dios», escribe Hölderlin en «Como cuando en día de fiesta».
Tenemos vislumbres de la intemperie. Hasta que la vida o el arte mismo desocultan un hecho en su magnitud. ¿Individuos monitoreados por circuito cerrado? ¿Cuidarnos de no perder lo que no tenemos? ¿Defender lo que no es nuestro?¿Hablar de Rilke o del Dasein para entregar «la muerte propia» a una prepaga? ¿Hacer girar la ruedita de la jaula de los hámsteres, funcionales a un sueño o mandato, buenos vecinos? ¿Ataques de claustrofobia en los ascensores? ¿Agorafobia en los hipermercados? Vislumbrar la intemperie nos devela que aún no habitamos.
FINALE
(fragmentos)
(…)
Se sacan fotos, no para encontrar una respuesta, sino para multiplicar las preguntas. Quizás así se escriben las cosas. Toda fotografía nos dice que, algún día, alguien comienza a faltar. Uno deja cosas y es dejado, no tenemos medida de lo perdido.
(¿Quién tiene medida de lo que deja?
¿Quién tiene medida de lo que pierde?)
(…)
Hoy recordé a alguien que no está y pensé: Qué sano es tener momentos de tristeza. Hoy lloré por el mundo que perdimos y mi rezo decía: Señor, protegeme de este deseo de retorno a lo inorgánico. Señor, protegenos. Y ahora escribo porque unas pocas líneas en este momento quizás nos abran la posibilidad de redención.
Perdidos, con amor en este mundo.
Joaquín Vazquez (Rosario, 1990) es profesor y licenciado en Filosofía por la UNRC. Publicó los libros de poesía Observaciones sobre las plantas (poesía, HD, 2020) y La voz en los maderos (Cartografías, 2016); de narrativa Crónicas de infancia (Kintsugi,2018, reeditado y ampliado en 2022) y El nacimiento de un genio (cuentos, Trench, 2019); y el libro álbum ¿Qué es una criatura? (Cartografías, 2021). Trabaja como docente en los niveles universitario y terciario y da talleres literarios.