Mariela Laudecina (1974-2021): «Que nos miren con la lupa del deseo» / Dossier

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La espesura: un espacio en el que la lengua poética se recupera

Texto sobre El bosque de las mujeres amadas
(Córdoba, Buena Vista, col. Agalma, 2017)

Por Eugenia Straccali

“Y el deseo en la punta de la lengua
bastará para enfermarnos”
Mariela Laudecina

Dentro del simbolismo general del paisaje, el bosque ocupa un lugar muy caracterizado, apareciendo frecuentemente en mitos, leyendas y cuentos folklóricos. Su complejidad, como la de otros símbolos, redunda en los diversos planos de significado, que parecen todos ellos corresponder al principio materno y femenino. Como lugar donde florece abundante la vida vegetal, no dominada ni cultivada, y que oculta la luz del sol, resulta potencia contrapuesta a la de éste y símbolo de la tierra (Eduardo Cirlot). Dada la asimilación del principio femenino y el inconsciente, obvio es que el bosque tiene un sentido correla­tivo. Por ello, puede afirmar Jung que los terrores del bosque, tan frecuentes en los cuentos infantiles, simbolizan el aspecto peligroso del inconsciente, es decir, su naturaleza devoradora y ocultante (de la razón). Zimmer señala que, por contraste a las zonas seguras de la ciudad, la casa y el campo de cultivo, el bosque contiene toda suerte de peligros y demonios, de enemigos y enfermedades, lo cual explica que los bosques fueran de los prime­ros lugares consagrados al culto de los dioses, suspendiéndose en los árboles las ofrendas.

El bosque de Mariela Laudecina pertenece a las mujeres amadas, territorio de mujeres deseantes y salvajes. Allí no hay dioses que las controlen ni hombres protectores, ni amantes posesivos. Es un espacio en el que la lengua poética se recupera en la espesura, en la oscuridad, en los huecos de los árboles, pasajes hacia lo prohibido. El sujeto lírico por momentos se presenta en plural, es una comunidad de mujeres libidinosas y desobedientes: ”Nos acaba dentro / el bosque / y la felicidad es el vértigo / de la unión”. Esta subjetividad libidinosa plural y extraviada se funde con la naturaleza del bosque que no tiene fin ni origen.

Las mujeres amadas que no cesan de amar en la ilusión de la completud porque “el grito de guerra / es grito de orgasmo”, no son amadas por otro sino por ellas mismas. Este gesto de la autora puede interpretarse como político, movimiento de voces corales y empoderadas que pueden bailar en el borde de las cornisas. Este espacio en su obra es un lugar terrestre complejo para el orden social y la lógica convencional, incluso tras haber perdido su carácter salvaje. Es un alucinado paisaje metafórico y alegórico del imaginario colectivo a través de la poesía. Estas formas tienen que ver con su volubilidad como imagen de la dificultad y con un lugar íntimo que provoca la introspección, la revelación de caracteres identitarios y la resistencia ante poderes políticos o movimientos patriarcales que la autora combate.

El bosque de las mujeres amadas es un único poema largo, río sinuoso que arrasa con las comas y los puntos y tiene saltos misteriosos, saltos agitados de una respiración exaltada, ritmo impetuoso del verso que se escribe mientras se imagina. Ese bosque existe en el fluir de las mujeres que pasan sin habitarlo sino para transformarse y parirse de nuevo. Tampoco el bosque es refugio, es un organismo que sangra cuando al final del poema el sujeo lírico lo sacrifica para seguir escribiendo: “Lo que hago es parirme de nuevo / Nadie me limpia / la sangre / nadie me cree / He salido del bosque le expliqué / Y tuve que matarlo”.

Dice Martin Heidegger: “Holz (madera, leña) es un antiguo nombre para el bosque. En el bosque hay caminos (wege), por lo general medio ocultos por la maleza, que cesan bruscamente en lo no hollado. Es a estos senderos a los que se llama Holzwege (caminos de bosque, caminos que se pierden en el bosque). Cada uno de ellos sigue un trazado diferente, pero siempre dentro del mismo bosque. Muchas veces parece como si fueran iguales, pero es una mera apariencia. Los leñadores y guardabosques conocen los caminos. Ellos saben lo que significa encontrarse en un camino que se pierde más allá”. Este sitio para Mariela Laudecina tiene fauces y se ha devorado a los leñadores y guardabosques, las mujeres amadas pueden cuidarse solas, no necesitan guías y pueden convertirse en maleza o devenir hembras en celo “tienen el cuchillo en el centro de las decisiones”.

Mariela Laudecina escribe como una forastera, puede entrar y salir de la palabra y ser vidente de los sentidos más herméticos, más luminosos, más siniestros. Para ella las mujeres son la única fauna con poder oracular y son los hombres los que no ven. El imaginario del bosque para la autora es surrealista y tiene los dorados de Eleonora Carrington y los absurdos del mundo de los cuentos de hadas. Retomemos una y otra vez sus laberintos, los caminos ocultos en la maleza para que sus poemas sigan diciendo una y otra vez y por siempre. No hay dirección. ¡Somos amadas!


Fragmento de El bosque de las mujeres amadas

Mujeres, única fauna
Hombres, aquellos que no ven
su pene
hasta ese punto del amor
han llegado
Ellas pierden la forma
veloces de nacimiento
Ceden
al tornado de la estación más dura
la primavera

Con el poder intacto
la risa
ahoga
lo que no dicen
En la fiesta
en el dolor
cedí ante un hombre dormido
ante el hogar ineludible
Así es él
nada comprende
e invita a una casa
y la puerta sos vos
el enemigo
la luz sos vos
Promete un náufrago y llega
pero se va
La neblina de los sentidos
cabalga sobre nuestro lomo

Se evapora la embriaguez
y se abandona el bosque
Respiramos largo
con la sensación injusta
de haber trabajado
y no haber sabido para quién
Lo confunden con el jardín de las Delicias
nada más alejado
Nos adentramos en la espesura
sin preguntar
eso sí
capaces de la erupción
dolorosa de lo que nace

Aquí solo hay
deseo de repetir
de ahí
los hijos
Aquí
nadie piensa
reventar
se revienta
de hijos
la falla común
Madres
hay en todos lados
El bosque duda
igual
no deja de procurarlos
El semen
podría ser
caudal de fetos minúsculos
polvo dorado
brillo celeste
pero no
El molde decide
color de la pureza
o debilidad
hasta se nombran iguales
leche de mamá
leche de papá

Vuelvan a ponerse los ojos
La vida está fuera
El doble salió del cuerpo
y hablamos varias lenguas
meamos el suelo
Nuestra canción es poderosa y eterna
Sabemos lo que hay que saber
Vuelvan a ponerse los oídos
no importan otros asuntos
aunque dé risa
diabla risa
un hallazgo tan inverosímil

Hay que huir
Incendiar el bosque


Eugenia Straccali es poeta, editora, dramaturga y crítica de poesía. Docente e investigadora, miembro del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literria de la Fahce, UNLP (Argentina). Ha publicado Ninfas (no musas) (Buenos Aires Poetry 2017), El alfabeto de los árboles (Ediciones en Danza, 2018), ¿Por qué no hablan las sirenas? (Prueba de Galera editoras 2019), Para escuchar la música del poema (Buenos Aires Poetry, 2019), Soy bruja (Ediciones en Danza, 2020) y Medusa (Vuelo de Quimera, 2021).