Dossier Mariela Laudecina / Textos dedicados / Créditos
Recuerdos y homenajes
La muerte nos hace niños
Por Soledad Vargas
Te escribo porque hoy descubrí algo, y creo. Tenés que saberlo. Ante la muerte todos volvemos a ser niños. Intuyo que vos ya lo sabías, pero quiero que lo sepamos juntas. He visto al mundo poblarse de ellos, de muertos y de niños. Como si no se pudiera hacer otra cosa más que llorar y jugar. Como si ya no pudiésemos seguir creciendo. Nos gusta la metáfora del cielo y de las estrellas. Nos gusta creer que allí hay algo más que esto que nos rodea y hace de decorado absurdo, pero no alcanza. Algunas noches nos gusta mirar por la ventana, elegir un punto fijo y pasar en ese punto, minutos sin pensar. Me dijiste que eso era meditar, te conté que lo hacía cuando murió Itzá, te conté que era tanto el dolor que no podía sentirlo. Es biológico. El cuerpo te protege y no te deja. Como esa mañana en la que abrí la puerta del armario tan enojada porque el muchacho de turno no me quería, o él no sabía que me quería, o yo creía que él no sabía que me quería, o yo no podía sentir que él me quería; en definitiva, estaba muy enojada, entonces tironeé la puerta hasta sacarla de su lugar y ponerla en mi dedo más pequeño del pie. No vi el accidente hasta que vi la sangre, como cuando murió Itzá, aunque nunca vi la sangre, sino que sentí el ruido.
La muerte nos hace niños, pero elige diferentes sentidos para hacerse presente, aunque los niños siempre la reconocemos y lloramos como niños. Tu hermano era un niño enojado, rezongón, se quejaba, no quiso acercarse, no quiso saber, quizá no aceptaba el traje de niño que le había tocado. Insistía en ser ese adulto de anteojos negros. Le hubiese sido oportuno ese servicio que contratan los japoneses, para aquellos que se resisten a la niñez, ante la muerte. Envían a unos personajes que te dan unos manotazos para que te enojes de verdad, para que realmente escuches el golpe y te acerques y veas la sangre, y comprendas que quizá lo único que nos queda por hacer es llorar a los gritos y seguir jugando, o al revés.
Tu mamá era la más niña de todas, te hablaba como a una muñequita, y te hacía hablar como a una muñequita. ¿Viste eso que sólo logran los niños cuando juegan? Ella te preguntaba cosas y vos respondías. Ella lloró mucho cuando no pudo jugar más, cerraron el cajón con la muñequita adentro y la mandaron a tomar la sopa. Lloró como lloran las niñas cuando le quitan lo único que quieren en la vida, cuando pierden su muñequita más amada. Tu papá nunca fue niño de nuevo, porque a él, la muerte no se le presentó, se lo comió.
Estoy segura que querés saber cada detalle, con ojos de búho, pero no puedo tanto, porque te escribo desde ahí. Desde lo que siento desde que supe.
Tus amigos y amigas fueron todas y todos, niñas y niños. Fuimos la infancia de tu niñez. C. jugaba a ser pitonisa, descifraba cosas, nos citaba en rincones para decirnos verdades. De su vestido niño y negro, colgaban bolitas de colores, y de a ratos nos bendecía. G. era una niña gris y firme, como esas a las que los psiquiatras infantiles dañan desde antes, y nunca logran ver sus colores. Eme, la hiperactiva, llena de mocos y atenta, se quedó jugando con tu perrita. Parece que charlan, como tu mamá con su muñequita. Aimé le responde, te extraña, eso dice Eme, que es la única que entiende lo que dice Aimé.
Y estaba él, el chico que gusta mucho de vos, y vos mucho de él. Él era el niño de anteojos, el que hace las tareas y saca buenas notas, el niño prolijo hasta para llorar, tan prolijo que por momentos olvidábamos que era un niño; yo me di cuenta que seguía siéndolo cuando sacó una sorpresa bien de niño, te trajo una corona de reina, con un mensaje que decía “el cielo es para los ángeles”. Ese era su secreto, esa sensibilidad guardada. Porque las niñas y los niños tenemos secretos. Como nosotras, que escribimos algunos en voz alta. Pienso que todas alguna vez hacen eso entre ellas, y beben de las mujeres que serán.
Te escribo porque pasó una semana, de esto que pasó durante un día, y si la memoria de los niños se hace para adelante, entonces no sé qué recuerdo. Te escribo porque ya sé que lo sentías y lo dijiste, lo dijiste con los ojos cerrados, comiendo puré de manzanas. Dijiste sí, sí, sí, tres veces. Mientras yo me iba dándoles la espalda, a vos, a tu respuesta y a ella, que nos hizo tan niñas. Acaso a vos, para siempre.
Soledad Vargas se desempeña como médica psiquiatra y psicoanalista. Colabora con Divanes Nómades, revista de la Ecole Lacanienne de Psychanalyse. Publicó su primer libro de poemas, Nosotros nos fuimos antes, en el año 2017 por la editorial Buenavista. Formó parte de la antología Órbita, veintiuna poetas cordobesas (Postales Japonesas, 2019). En agosto de 2021 publicó su segundo libro de poemas, Las mejores pérdidas, por la editorial Cartografías de Río Cuarto.
Archivo con fragmentos de recuerdos y homenajes
Selección: Valeria Cervero
Fragmento de “Entonces, Mariela”, por Sebastián Maturano
“Entonces Mariela. Aquella chica de 28 años que en 2002 se vino a Córdoba, después del encuentro fugaz en una calle céntrica de la ciudad de Mendoza, con una española que estudiaba en la docta. De buenas ondas y coordenadas la gallega la invitó a la ciudad del cuarteto y la furia, con alojamiento y comida incluida, por cuatro meses.
Llegué a esta ciudad
enorme para mí
con poca plata
una mochila con ropa
y algunos libros
Caminaba de noche
por las calles del centro
daba vueltas hasta llegar a la pensión
Era una desconocida
sin nombre, sin edad, ni pasado
Feliz de haber quemado la naves.
Siempre escapamos de algo, y Mariela escapaba de Mendoza y sus fantasmas. Justo ese año, 2002, uno de los más difíciles de la Argentina siglo 21. Laudecina remite a “láudano”, ese opiáceo popular durante el siglo XIX. ¿Sería para Laudecina un láudano la escritura? Páramos contra el dolor. El láudano, al menos en este país, remite al General San Martín, que a su vez remite a su épico cruce libertador por la cordillera de Los Andes, donde más sino en Mendoza. La tierra de Laudecina, donde se crió y creció, donde transcurre su nouvelle Lo mejor es no tener padres, ambientada en los años ochenta en el departamento de Guaymallén; cruza de vivencias personales y ficción, y dicción, como toda la obra de Mariela.
Primera vez: entrar a Rubén Libros, pedir La novela luminosa y que Mariela me atienda. Yo sabía que era ella, pero ella no sabía que era yo, no nos conocíamos personalmente. Mariela estaba como ausente, abstraída. Pero fue decirle el nombre del libro y que ella se deslizara desde el mostrador hasta una de las bateas, se subiera a una escalerita y agarrara un ejemplar para dejarlo en mis manos. Después de eso, y por su amistad con la Kolo, fuimos a su casa, para un cumpleaños. También ella estuvo en nuestra casa, una noche de vinos y empanadas. Mariela elegante, siempre arreglada, practicante del estilo diva sencilla, medusa encantadora y misteriosa. Así se referían algunos muchachos: Mariela la misteriosa de poderes ocultos. Con su melena al viento, a veces con rulos, otras semiondulada, siempre castaña, con brillitos. Reviso el chat de Facebook y dice que cumplimos 9 años de amistad, pero deben ser más, deben ser 10. Una década de ver a alguien, de conocer a alguien.
Entonces Mariela, con 28 años, en 2002, en una ciudad desconocida y con 180 pesos en el bolsillo, en ese año frío y asesino, ella decidía empezar de nuevo. Y una ciudad nueva ofrece lo nuevo, pero también ese ostracismo que desconoce de lugares: ¿Vos de dónde sos? ¿De San Juan, de Mendoza, de Chile? Mariela había estudiado Comunicación Social en la Universidad Nacional de Cuyo, donde ganó un concurso de letras que la hizo pensar y creer que podía continuar por ahí. No sé cómo se fue adentrando en la poesía local, su amistad con Luy, no sé cómo nació. Otros repondrán esos datos, esas historias.
Mariela inquieta, siempre en movimiento. Mariela fuerte, frágil, risueña. Mariela fiesta y encierros psiquiátricos. Mariela aventurera. Mariela solitaria. Mariela pequeña y enorme. Entre los recuerdos de quienes la recuerdan aparece siempre su risa; brujeril dicen algunos, encantadora dicen otros, caras de una misma moneda. “La gran Mariela leyendo sus poemas intensos y llenos de vida”, dice Silvio, evocando una foto de hace poco tiempo. “Mariela Laudecina, una de las nuestras”, escribe Claudia. Me gustaba de Mariela su combate contra la careteada de los ambientes, su militancia contra la pedantería vana de los intelectuales”.
Texto completo en Barbaria: https://barbaria.com.ar/entonces-mariela/
Fragmento de “A Mariela Laudecina, las olas…”, por Manuel Ignacio Moyano
“La poesía de Laudecina era furiosa y tierna. Su forma de mirar también. Había momentos en que te pulverizaba con los ojos, con una cara de orto impresionante, y de golpe sacaba una carcajada de otro lugar y revivía toda la escena, la cambiaba. Una vez, me escribió sin que nos conociéramos. Me dijo que había leído un poema mío de cuando era niño. Me dijo que si me interesaba publicar, que ella estaba empezando a dirigir una colección en una editorial independiente. Le mandé una novela que había estado trabajando. Al tiempo, cuando fui a Córdoba, ya me había mudado a Buenos Aires, nos juntamos en su casita de Ducasse. Había leído la cosa y la destrozó, con dulzura. Por suerte nunca la publiqué. Me regaló sus tres primeros libros y a la hora de que me fui, me mandó un mensaje: ¿y? ¿Qué te parecieron? Le dije que solamente había leído Tomo las decisiones con los pies y que me había gustado, pero había dos palabras con las que no estaba de acuerdo. Me preguntó cuáles eran. Una no me acuerdo, la otra era pirulos. O algo así. Le dije que para mí esa no era ella. Me dijo que esas dos palabras se las había escrito Vicente Luy. Me sentí un buen lector: podía diferenciar dos mundos poéticos que me fascinaban, aunque por motivos distintos. Ella se alegró”.
Texto completo en Lobo suelto: http://lobosuelto.com/a-mariela-laudecina-las-olas-manuel-ignacio-moyano/
Fragmento de “Actitud Mariela Laudecina”, por María Moreno
“La generación que Gertude Stein llamó perdida no era la única. Toda generación literaria estaría perdida porque para deslizar su fantasma en la posteridad es preciso que proyecte la idea de inversión malograda en el country de la integración y contar con una mujer capaz de actuar entre la musa y la testigo para “difundir” las obras y la fama de coaliciones no siempre homogéneas , un ángel con sexo libertario, terrible en sus preguntas y manifestaciones, especie de Diótima trágica, dispuesta a encarnar la radicalidad del proyecto de “las bandas”, ser su ápice más extremo, lo cual suele dejarla aunque tenga obra propia, del lado del objeto.
Es lo que yo llamo el factor Ivich de la red cultural. Ivich era un personaje de Los caminos de la libertad de Sartre que, en la cave, se pedía un pepermín sólo para mirar el color verde adentro de la copita, reprobaba exámenes a propósito porque le daba asco que el profesor mencionara a los celenterados, llamaba a un intelectual “escritor de domingo” y se abría la mano con un cuchillo para poder sentir el propio cuerpo. En mi generación las hubo poetas como Susana Cerdá y Xenia Fisher.
La Mariela hermosay proteica –era también una Ivich–, su llama siempre a punto de ser incendio aún en la UTI y en el psiquiátrico, ese exceso de tangibilidad que proyectaba con su melena ensortijada de medusa casera, hacían creer en una siempreviva que nunca faltaría en la fiesta de las lecturas en voz alta y en las pistas para amanecer bailando”.
Texto completo en Página/12: https://www.pagina12.com.ar/346320-actitud-mariela-laudecina
Links a otros homenajes
“Mariela Laudecina, La voz de los pájaros (1974 – 2021)”, por Eugenia Straccali y Alejandra Méndez
“Recordando a Mariela Laudecina”, por Marina Cavalletti en El Brote Poético
“Poetas y amigos recuerdan a Mariela Laudecina”, por Javier Mattio en La Voz, sobre el homenaje a Mariela en la Feria del Libro de Córdoba 2021
Espacio Poesía, Feria del Libro de Córdoba. Homenaje a Mariela Laudecina
Archivo del dossier en pdf: aquí
Créditos
Dirección del dossier: Valeria Cervero – Luis Ignacio García – José Villa (edición)
Colaboraciones: Luis Ignacio García – Guillermo Bawden – Eugenia Straccali – Marcelo D. Díaz – Augusto Munaro – Marcelo Dughetti – Soledad Vargas
Salvo en los casos mencionados, el material fotográfico fue hallado en Internet sin nombre de autor.
Mariela, por siempre