Mariela Laudecina (1974-2021): «Que nos miren con la lupa del deseo» / Dossier

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Orlanda sueña ser real

Sobre Orlanda, nouvelle inédita de Mariela Laudecina

Nota y selección de textos: Augusto Munaro

Sólo el que ha muerto
es nuestro, sólo es nuestro
lo que perdimos
Jorge Luis Borges

Esta vaporosa fábula abstracta, o antinovela, o “no historia”, absolutamente inclasificable, tiene la particularidad de ser una de las mejores piezas narrativas de su autora. Lírica, alucinante, es una aventura ambigua que oscila ya desde su propio inicio entre varios planos de significado. Ahí su salvación en tiempos del facilismo nominal. Libre y escurridiza, en ella se da una operación de roces y cruces con la lengua. En el centro del relato, dos seres eternamente separados por su propia naturaleza, y que ansían, a pesar de todo, la utopía de la comunicación entre dos almas. La armonía de la unión, en los días actuales, claro, en la era de las “relaciones de humo”. ¿Novela de la distancia, entonces? (distancia entendida como concepto de “separación” entre dos partes posibles), difícil precisar. Lo que sí irrumpe en Orlanda de modo explícito, ya desde su propia forma astillada, es el registro (devenido casi en transcripción) de dicha inadecuación; un principio de alteración del sistema de la realidad. Este desajuste del orden natural del cuerpo (léase cuerpo y cabeza), de los personajes, puede apuntar a la alucinación como plan de evasión. Imaginar otro territorio, un espacio lícito para crear lo irreal tomándolo por real, un lugar para inventar y ponerlo todo en solfa. ¿Laudecina alucina? Hay quienes creen que el acto de alucinar es una forma de muerte. Yo creo que en el acto escritural, percibir lo irreal como real (esa falsa percepción llamada invención) es una de las pocas y legítimas formas en que se manifiestan las utopías del espíritu. Escribir es aprovechar un agujero en el sistema de la realidad. Hacer de la grieta, de ese triste intersticio, un maravilloso Edén.

Orlanda cuenta con dos personajes díscolos, Orlanda Yoica, una “bruta de provincia”, y cabeza de mercurio, su compañero de andanzas telepáticas (y no tanto). La materialidad inobjetable del cuerpo, y su contraparte, el mundo cerebral de las ideas. Enfrentados por el vértigo de la seducción infinita se ramifican en episodios progresivamente abstractos. Orlanda y cabeza de mercurio (así, con minúscula), todo un mundo de posibilidades. Ambos personajes activan un dualismo literal desde donde surgen los nexos posibles y donde se desgranan buena parte de los conceptos glosados en esta nouvelle hipercondensada en torno al deseo, la muerte, y el goce por la vida, por supuesto. Es un libro, además, que desnuda la dialéctica de la creación sin prejuicios, ni ataduras morales. Los 38 capítulos brevísimos de Orlanda estructuran ese ir y venir expansivo, sin barreras. Variaciones posibles. Episodios que atrapan la percepción de una maravillosa irrealidad. Alucinar es para Laudecina, dijimos, llevar a cabo el movimiento que la lleva a plegar el mundo a su deseo. Y en esos caprichosos desplazamientos, a menudo no hay espacio para la descripción, ni profundidad psicológica de sus actores. Todo es devorado por la abstracción de las ideas. Es, por lo tanto, un texto de marcado sesgo conceptual, reflexivo, donde la predilección por los juegos de palabras asoma bordeando casi las greguerías, o los ejercicios formales más surrealistas encontrados en nuestro idioma. Lo que Laudecina logra acá no es la imaginación de lo fantástico sino, ante todo, su fervorosa fabricación.

Escribo esto, y mientras releo los pasajes donde Mariela nombra a Francis Ponge o Georges Bataille, no puedo dejar de pensar en la espléndida novela de Paul Valéry, su Monsieur Teste. Acaso, por su idea central de un sistema estético que tiene al intelecto como preocupación esencial. Aquí también se dan. Ideas puestas en cuestionamiento a través de una Orlanda incorrecta, abierta a la experiencia terrenal de la existencia. Que pone en jaque los prejuicios del bien pensante pensamiento (sic). Lo experiencial en Laudecina es sustancial. Mientras otros escritores ostentan vanos experimentalismos, Laudecina arrasa con el difícil, aunque encomiable, destino de la experiencia. Su vida, ante todo, y desde lo profundo de esta cartografía personal, su valiente escritura. Pienso en Jack Kerouac, Néstor Sánchez, o Alejandra Pizarnik, incluso Antonin Artaud.

Como es de esperar, los pensamientos de Orlanda no son del todo color de rosas. Pero siempre hay algo de verdad en ellos. Cada pensamiento se paga con la marca del aprendizaje. Con el difícil trance del existir como camino, únicamente, de ida. “No hay amor del bueno, ni felicidad verdadera. Lo que se posee, nunca se tuvo”, dice en un momento. En otro afirma sin dudar: “Los que esperan desesperan porque tienen esperanza” (…), “esperar es desear sin gozar”. Ante la duda, coraje. Dar el salto. Vivir, por más que a veces signifique tomar decisiones con los pies. El discurso lúdico de Orlanda parece centellear siempre desde la experiencia. Una realidad altamente cuestionada, que jamás cae en panfleto ni manifiesto, su pulsión es muy otra. “¿Es una recompensa la escritura?”, se pregunta en otro pasaje de la narración. Creemos, sus felices lectores, que sí. Un modo de sobrevivir al olvido. Orlanda oscila entre presencia y ausencia. Un luminoso espejismo que sueña a ser real. Como la vida misma, ese difícil estar entre dos nadas llamadas pasado y futuro. El presente, entonces, como una factible forma de felicidad. Vivir a pleno, por lo tanto, la eternidad del ahora. Nada más (ni nada menos). Ser el trapecista de los abismos.

Durante la elaboración del presente relato filosófico (2019-20), y cuando su enfermedad se lo permitía, Mariela solía llamarme para comentar algunas de las aventuras metafísicas de Orlanda y el ingenuo de cabeza de mercurio. Amenísimas conversaciones sobre inesperadas ideas, o posibles agregados a cada nueva entrega. Recuerdo su asombro cuando en ocasión le dije que el mercurio era un elemento químico venenoso. No lo sabía. Como desconocía también que su Orlanda implicaba una evolución de su narrativa, un importante paso de mayor síntesis y precisión. Costaba convencerla. Como si dudara de su genio.

John Keats sostenía que una cosa bella es un goce eterno. Creo que tanto Orlanda como su autora personificaron la belleza. Y que en lo bello hay verdad, y la verdad es siempre bella. Eternamente bella. Laudecina legó una escritura de verdad.


Orlanda

1

Ey cabeza de mercurio, me llamo Orlanda Yoica. Y vengo a decirte que seguiré siendo incorrecta. Como una congregación de cabezas de fuego y cuerpos de agua. Me vas a ver en la ciudad cuando veas un cartel que lleve una O, de objeto de deseo, o pasamos a otra cosa. De oh la vida era esto, o ya no por favor, hay que correr la mirada. Con el silencio le ha pedido, no me hables y ella que solo le interesa celebrar la palabra, se repliega en una fruta que él ya mordió, pero no lo sabe.


17

La madera de la mesa en la que escribo tiene dos círculos más oscuros, uno al lado del otro, con una pequeña separación y alrededor trazos que parecen plumas. Es un búho que se asoma por el vértice izquierdo y espía lo que hago. Cabeza de mercurio dice: me aburrís. Hachís, contesta Orlanda. Pfff, dice la cabeza. No entendés nada, dice Orlanda. Si vos te entrenás en este tipo de actos, la cabeza se llena de silencio. Se desplaza el diálogo fuera de la materia gris y no ocupa lugar. Vaciás cajones. Te volvés liviano. Te enojás menos. Es un plan de ahorro de energía para uso colectivo. Es como buscarle formas a las nubes, caminar hacia atrás, mirar un punto fijo sin pestañear. Repetir una palabra la mayor cantidad de veces que puedas y si alguien te interrumpe, le das un cachetazo y seguís como si nada. Eso es una locura, dice la cabeza. Eso es alegría y poder, dice Orlanda y evita pisar las rayas de las baldosas.


23

Te extraño, le dice Orlanda a cabeza de mercurio. No, dice, extrañás la extrañeza. Orlanda hace un silencio ni muy corto ni muy largo. Luego dice: Tenés razón, no se extrañan las cabezas, se extrañan los corazones. Y quizá vos no tengas uno. Si no me hubieras contestado otra cosa. ¿Otra cosa como qué? dice la cabeza. Con un silencio, ni muy corto ni muy largo. Esos que no tienen explicación, que solo suceden, dice Orlanda y balbucea jskjflkdjdfksj.


25

Vos que sos una cabeza podrías hacer esa magia de la estadística que solés hacer y decirme cuántos poetas escribieron sobre la lluvia. ¿Para qué?, dice la cabeza. Porque llueve, dice Orlanda, y si llueve se tiene que decir. Es inevitable. Todo el mundo lo hace. Si llueve alguien lo menciona. Jamás de los jamases la lluvia pasó desapercibida. Está íntimamente relacionada con el decir. Llueve y digo. Creo que Luy la vio cuando escribió “Llueve, todo el mundo está diciendo llueve”. La lluvia está sobrevalorada, dice cabeza de mercurio. ¿Como las cabezas?, dice Orlanda y lo empuja a la lluvia. ¿Qué se siente cabeza? ¿Eh? ¿Qué se siente?


31

¿Qué es la juventud, cabeza de mercurio? Tener la piel tersa, dormir como una marmota y creer que se descubren cosas, dice la cabeza. Ah, también que tenés una vida por delante y por eso tenés más oportunidades, si no sos pobre, claro. Si no, estás fritx. Otra: Una etapa que se idolatra. Un animal confundido entre la rebeldía y el deber ser. Y en medio de ese cóctel se cree que se tiene que tomar decisiones importantes. El último reducto de felicidad antes de entrar a la complicada y tristísima adultez. Una fiesta donde nunca pasa nada, y sin embargo ahí estás, aunque te preguntes ¿qué hago acá?


Augusto Munaro es narrador, poeta, traductor, editor, y periodista. Publicó más de treinta libros, entre ellos Las cartas secretas de Georges de Broca (Huesos de Jibia, 2019), Los soñantes (Paradiso, 2019), Incrustaciones dubaitíes (Editorial Lisboa, 2019), El rapto de Helmut Kelsen (Borde Perdido Editora, 2020), Ficciones supremas (Griselda García, 2021), La casa flotante (Editores Argentinos, 2021), La mansión púrpura (Nicaragua encuadernaciones, 2021) y Lucía en verano (Prebanda Ediciones, 2022).