Lo fugaz y lo eterno: Dossier sobre la obra de Horacio Castillo

Dossier Horacio Castillo: Sobre la traducción

Una épica íntima

Las versiones al francés de poemas de Horacio Castillo

Por Yves Roullière

La poesía y la poética de Castillo, según sus propias palabras, están en parentesco con las de autores extranjeros que tenían la ambición primera de ser universales, tales como Constantino Kavafis, Saint-John Perse o Salvatore Quasimodo. Los reúne la misma calidad épica para exaltar a aquello que caminan a la intemperie tanto en tierras lejanas como en las más profundas del ser humano, donde las más secretas pulsiones de los héroes y heroínas que hemos sido, somos y seremos, aunque sea un instante de nuestra vida, se oponen a las fuerzas del destino y de los dioses.

En este sentido, el pasaje por la poesía contemporánea griega, cuyos más altos representantes tradujo Castillo (Kavafis, Elytis, Ritsos, Seferis, etc.) ha sido crucial. El mundo griego le sirvió, dijo: «para emplear en mi poesía el aparato mítico, sea recreando un mito clá­sico o creando mitos propios; esto es, para presentar en una forma objetiva elementos poéticos. En lugar de hacerlo como lo hacen el realismo o el simbolismo, encubro la expresión en una figura míti­ca, en una “máscara”, o si se prefiere en una “alegoría”».[1] El mito permite un salto en lo intemporal, pero lejos de inmovilizarnos en una región entre el cielo y la tierra, hace refluir al estado naciente aquello de lo que más nos habíamos ocultado, aquello que nos ha estructurado y que ya no osamos ver de frente.

En Alaska (1993), —libro que traduje al francés y que fue revisado con precisión por el autor—, la poesía de Horacio Castillo llega a su punto de madurez, probablemente aquel donde se despliega con más claridad su universo. Tres poemas de este libro se han transformado en clásicos; a través de austeros cuadros en apariencia, se ingresa en cada poema de Horacio Castillo por un mito clásico griego (“Dice Eurídice”), por un mito del extremo, inmemorial (“Alaska”) y por un mito personal, mezclando recuerdos de la infancia y la historia trágica de Occidente (“Tren de ganado”).

Aquí, como en otros poemas, vuelve la interrogación fundamental de Castillo: ¿vivimos el fin de los tiempos o solamente su nacimiento recomenzando infinitamente? ¿La angustia que caracteriza nues­tros últimos siglos se debe a la aprehensión de la agonía del mundo antiguo o a la del alumbramiento de un universo que sólo la poesía, según este gran inspirado, puede dejar entrever?

En el año 2014, le dediqué este poema, influido por la presencia perene de sus propias imágenes:

No hay dolor más grande

A Horacio Castillo

I

Relámpagos atravesaban a lo lejos el esplendor
del horizonte. No hay dolor, dolor más grande.

Sabiendo que nuestra hora también había llegado,
se nos hizo bastante duro levantarnos
para reconocer los restos del dios
que tanto tiempo habíamos servido.                                                         ………………………………………………………………………………………………Registros
maquillados, hojas que apenas se han rozado para ser
trituradas  en el primer llamado de angustia—
calambres en el estómago, no hay dolor más grande.

En el piso treinta, veíamos sin cesar
la Torre Eiffel parpadear como un insecto
y cada uno se arrastraba en busca
de préstamos, de cheques y billetes extraviados,
cada uno trataba de espantar el vil abejorro
que iba y venía en su cabeza. Intensas
fiebres, miradas agobiadas, grandes dolores, odios
profundos, toces secas, sentidos consumidos, carnes hinchadas.

II

Donde sea que te encuentres, ¿te acordás
de esas noches en que como niños
perdidos en pleno bosque sólo podíamos
mirar la vida de frente?
Y la curva que tanto te gustaba
negociar daba sobre vías
muertas  donde hacía bien
reconciliarnos, ¿te acordás?

III

¿Quién va a velar por nuestras almas ahora?
¿Qué hilos seguirán en adelante nuestros sueños?
¿Nos gustará todavía zigzaguear en la ciudad?
¿Las mariposas nocturnas seguirán viniendo
a quemarse las alas en el calor súbito
de nuestros faros? ¿Ves caer estas lágrimas,
dios, ante nuestras heridas abiertas, que no huelen?

(Traducción: Carolina Massola)


[1] Entrevista con Sandra Cornejo, Aquí La Plata, mayo 2010.


Yves Roullière (1963) es poeta (La vie longue à venir, Atopia, 2016), ensayista y traductor. Trabaja como editor en París. Hasta la hora, ha traducido y comentado sobre todo obras de Lope de Vega (La Dorotea, Pastores de Belén), Miguel de Unamuno (San Manuel Bueno mártir y tres historias más),  Gabriel Miró (Figuras de Bethlem), José Bergamín, Ricardo Paseyro, Miguel Espinosa, Ángel Bonomini y Horacio Castillo (Alaska, Los gatos de la Acrópolis).