Lo fugaz y lo eterno: Dossier sobre la obra de Horacio Castillo

Dossier Horacio Castillo: Artículos

Quien habla no está muerto[1]
Una aproximación a Mandala

Por Diego Roel

      La obra de Horacio Castillo se abre con un “Arte poética”[2] y se cierra con una novedosa reflexión sobre el lenguaje. La lengua bífida de Mandala, último libro del ensenadense, no es meramente un vehículo, una mediación o reflejo de una realidad extralingüística. En este poema escrito a dos columnas, el discurso poético es liberado de su función mimética. El poeta no representa la realidad, la crea; entiende al lenguaje no como esencia ni como inerte abstracción sino como experiencia, como vivencia que no se funda en una apropiación sino en un rescate del discurso del otro. Por eso Mandala se sustrae a la interpretación hermenéutica, crea sus propias condiciones de lectura y de interpretación: aquello de lo que habla es inaprensible, se escapa siempre.

Destino veloz hacia el corazón de lo neutro.……………….Neuter=la lengua virgen
y arriba en el colmo un incesto magnético.
¿Cómo sobrevino? Llevaba un zapato negro
y el otro rojo, la campanilla colgada del cuello.
“Soy una rama retirada del altar de lo dual”,
dijo, y reconocí la voz de mi hermano
—mi hermano, lengua de una misma lengua.

Es necesario hallar una palabra nueva. Una palabra que rompa el espejismo del fenómeno, que sea capaz de cerrar la herida abierta entre espíritu y materia, que le permita al creador estabilizarse en ese “centro de gravedad interior” de que habló Kierkegaard. Una palabra que detenga el fluir, el eterno cambio, la fugacidad, y que erija, como pretendía Alberto Girri, una teología creadora de objetos que se nieguen a ser hostiles a Dios.

Todo era gemido y confesión, un cardumen voltaico…………………..¿y la palabra?
La mano se adhería a la mano, el pie al pie,
el hombro al hombro, la rodilla a la rodilla,
la espalda a la espalda, el cabello al cabello,
la mano al pie, el hombro a la rodilla,
el cabello a la espalda, la rodilla al pie,
el pie al hombro, el hombro al cabello.

Pero ¿es posible encontrar una palabra neutra, no marcada por la historia? ¿Puede el poeta invertir su flauta y hacer brotar música virgen? ¿Puede la mente superar la contradicción entre objeto real e imagen? ¿Puede el oído distinguir el sonido que parte en dos al vocablo? ¿Puede el lenguaje de la poesía salvar la distancia abierta entre la palabra y lo que la palabra nombra? ¿Es posible atar y desatar al mismo tiempo?

La cuerda que ata todo desata todo
y un nudo inextricable une y separa al mismo tiempo.
“No temas —dije a mi hermano—. Vamos hacia maná”
“¿Hacia mamá?”, respondió. “Sí, hacia maná”.

Sometiéndose a un incesto magnético, uniéndose a la palabra-madre, el creador encuentra una lengua neutra, una lengua de aniquilación que le permite alcanzar “el más alto grado de individualidad del ser doliente” y entrar en contacto con eso que se quiere decir, con eso que excede toda lengua: la música virgen que revela el sentido más allá del sentido, la concordancia del sujeto con el objeto.

Este  lenguaje que trasciende lo contingente, lo fenoménico y expresa lo absoluto, sólo podrá ser “canalizado” cuando el sujeto, inmerso en el seno de la palabra poética, acceda a un estado crepuscular. Estado que le permitirá a la conciencia objetivar lo inefable, entrever la gracia de lo neutro, la gracia de lo nunca poseído. 

Hablábamos y resplandecía el atajo de lo diferente.
Callábamos y se consumaba el misterio de la profanación.

El ritual hebreo de la circuncisión nos pone ante la inscripción de una herida cifrada en el cuerpo, ante una marca que señala la pertenencia a una comunidad. La extensión figurativa del significado del berit milá se desplaza, en términos derridianos, hacia “todas las heridas cifradas”. Mediante el acto de sangre del lenguaje el poeta descubre el enlace entre la palabra propia y la palabra del otro, entre la voz y la escritura. Encuentra la memoria de una escisión. Como señala Margo Glantz, la tachadura modifica el cuerpo y la letra al mismo tiempo que la sostiene. La circuncisión opera así como contraseña (shibólet),[3] como marca diacrítica, como condición de sentido. Es necesario entonces circuncidar la palabra, purificarla, tacharla para que hable, para que se abra, para que se ofrezca al otro. Castillo otorga en su libro el mismo sentido de purificación a la “ceremonia de la infibulación” (también llamada circuncisión faraónica o circuncisión femenina).

Jactancia del fenómeno, cólera o frenesí,……………………………..Sueña y produce la
inercia de lo que no tiene opción.………………………………………………Caída
Y tú, erizo, siempre bajo la lengua. “Pasaré”.
“Pronuncia correctamente: shibólet no sibólet”.
Y pasamos la ceremonia de la infibulación”.

      Es a esta operación de marca y sutura a la que se refería Marina Tsvietáieva cuando afirmaba que todo poeta es un judío. La dicción poética deja su firma, su cicatriz en la lengua, genera una tensión que se sostiene en la fragmentación del lenguaje y hace posible escuchar la inaudible música del secreto. Castillo escucha esa melodía y retoma, en Mandala,  la orden de Paul Celan: “beschneide das Wort” (circuncídale la palabra).

      Pero la lengua del futuro es algo que adviene, algo que se conquista. Para alcanzarla es necesaria una ascesis, una lucha cuerpo a cuerpo. Sí, hay que atravesar la experiencia de lo ominoso. Hay que dejarse guiar “por el olfato negro”, “sorteando nidos de medusa, cuerpos miniados”. Hay que ir hacia “donde procrea lo irrisorio”, hacia “donde abre su abanico toda interdicción”.

Género vacante, astucia de lo múltiple. “Adiós”.
Entonces la palabra se partió en dos: a-dios, no dios,
luego en cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos,
miríadas de partículas flotando a la deriva
que volvían a agruparse y formaban cadenas,
cenefas, sistemas, estructuras, combinaciones,
negligente aleación de sentido hacia el escarnio y la obliteración.

Mandala describe un movimiento hacia la anamnesis, hacia la posibilidad de retorno de aquello que es marca, señal de reconocimiento, contraseña de hospitalidad. Este “doble texto” trae al presente el origen (múltiple) del lenguaje. Para decir, la palabra debe romperse, tacharse,  negarse a sí misma, abrirse ante el abismo de lo indecible. Mediante la tachadura Castillo deja su marca en la lengua. Hay una cicatriz que el poema no cierra sino que abre e inaugura como lugar de la ofrenda, del encuentro con el otro, con el prójimo, con el extranjero. Porque llevamos siempre a nuestro hermano en nosotros: somos el testimonio de su herida.

Tumba dorada del alcatraz, oremos:……………………………….Seríamos aniquilados
por lo dicho y lo no dicho, por lo imposible
de decir, por lo que jamás se dirá,
por lo callado, lo perdido, lo olvidado, lo fragmentado,
por lo que no habla, por lo que no puede hablar,
por lo gutural, lo que balbucea, lo que tartamudea,
por la jerigonza sin fin del pavor,
por la artera impía irrevocable omisión.
Olvido olvidanza olvidación olvidatorio olvidadero.
Lengua en pena, útero radiante de pujar.

Estamos ante un texto dislocado, elíptico, fracturado, donde las voces se imbrican, se interfieren, se niegan. Estamos ante una tentativa excesiva. Con palabras de Mallarmé, el lector de Mandala podría preguntarse: “¿No será esto un acto de demencia?”

Horacio Castillo alcanza el último confín restando, negando, tachando. En una verdadera épica del alma logra reunir lo disperso y fijar lo cambiante. Como su admirado Paul Celan, nos invita a descubrir “los ríos que corren al norte del futuro”.

Invierno de 2020


[1] El título hace referencia al libro (y al poema homónimo) de Alberto Girri: Quien habla no está muerto, Buenos Aires, Sudamericana, 1975.
[2] Arte poética es el poema que abre el libro Materia Acre (Carmina, 1974).
[3] La palabra hebrea Shibólet refiere al pasaje bíblico de la guerra entre los Efraimitas y los de Galaad, que funcionaba como una palabra clave para pasar [un mot de passe] puesto que los Efraimitas no podían pronunciar «Shi» (Jueces 12: 4-6).

Referencias
Castillo, Horacio. Por un poco más de luz. Obra poética 1974-2005. Córdoba: Editorial Brujas, 2005.
Castillo, Horacio. Colectánea. Alberto Girri: Poesía y abstracción. La Plata: Ediciones al margen, 2010.
Martínez Astorino, Gustavo. Cartografía de Mandala, en El espiniyo, City Bell, N 4, otoño- invierno 2006.
Magaril, Nicolás. Alrededor de Mandala, de Horacio Castillo. En revista Fénix, Córdoba, N 23, octubre de 2008, pp. 137-147.
Celan, Paul. Obras Completas. Trad. José Luis Reina Palazón, Madrid: Trotta, 1999.
Derrida, Jacques. La escritura y la diferencia. Trad. Patricio Peñalver. Madrid: An-thropos, 1989.
Jerade, Miriam. Herir la lengua. Por una política de la singularidad. Derrida, lector de Celan. Santiago: Aisthesis, 2015.
Núñez, Marco. La palabra lacerada. Celan desde Derrida. Sevilla: THÉMATA, Revista de Filosofía n 54, 2016.
Glantz, Margo. Obras reunidas. México: Fondo de Cultura Económica, 2013.



Diego Roel (Temperley, 1980). Estudió Historia de las Artes visuales en la Universidad de La Plata (U.N.L.P). Reside en Neuquén. Publicó Padre Tótem/ Oscuros umbrales de revelación (2004), Diario del insomnio (2005 y 2013), Cuaderno del desierto (2007), Las variaciones del mundo (2010 y 2014), Los Jardines del Aire (2012), Dice Jonás (2015), Vía Lucis (2015), Kyrios (2016) Las intemperies del mar (2017),  Shibólet (2018), Kadosh (2019) y El infierno es una bestia callada y triste (2020). Más datos y textos del autor en el siguiente enlace de op.cit.: Shibólet.