Alejandro Jorge. Hace falta otra mirada

















Hace falta otra mirada
Alejandro Jorge
Buenos Aires
Spiral Jetty
2019


Me emborrachaba en el comedor
de la casa de mi abuela, mirando
los partidos de un Boca, irregular
donde mi ídolo, Diego
Latorre, la rompía y no servía
para nada. Terminábamos los partidos
con la Tota Fabbri, nuestro central,
jugando de 9, sufriendo desesperadamente
por lograr un gol. Me emborrachaba
tomando botellas de un litro de cerveza
Quilmes, yo tenía 15 años, o 16, no puedo
acordarme, las compraba en el almacén
de la otra cuadra, el hijito del almacenero
venía a lo de mi abuela, tendría 7, 8 años
no puedo darme cuenta. El nene, seguramente
inducido por el padre, decía que Maradona
era una mala persona, yo le decía
“nene, Maradona es lo más grande que hay,
LO MÁS GRANDE QUE HAY”, mi abuela
me decía, “no le digas así al nene, por favor.”
Me emborrachaba, mirando fútbol,
y le gritaba al televisor, excitado,
mi bisabuela me decía, “nene, no le grites
al televisor, que no sirve de nada”, y yo
me entusiasmaba, con los partidos que el Vélez
de Bianchi le hacía a River, porque nosotros
no figurábamos en ningún lado. Me entusiasmaba
con la idea y la presencia de un equipo
que pudiera derrotarlos, humillarlos,
hacerles un gol desde la mitad de la cancha.
Me entusiasmaba, sin saber que luego Bianchi
nos daría el triunfo, la gloria, y mucho más.

El Lunes, al otro día del partido, fui a la librería
a buscar una caja y me quedé, conversando con Roberto,
hincha de Racing como mi abuela, y anti-Boca,
y al rato llegó Nico, con Galel, seguían festejando la victoria,
desde el día anterior, sin dormir,
triunfadores, satisfechos. Nico me decía,
“estoy un poco triste, por vos, por Iuso, Kacero
y por alguien más que no recuerdo, otro hincha de Boca,
pero también muy feliz, porque ese hijo de puta
está triste, porque lo único que le importa
es el fútbol, no le importa el país.”

Desde el partido llovió un día sí
y un día no, durante dos semanas,
pero ese día, el Domingo,
después del partido, el cielo
estaba partido al medio. Una mitad
era amarilla, dorada, con el sol reflejando
todo el cielo, como una moneda,
la otra mitad, gris plomo, casi negra
y llovía, llovía sin parar, hasta que en la mitad
oscura surgieron, uno arriba del otro, dos
arcoiris, y la otra mitad del amarillo pasó al rosa,
del rosa al naranja, al celeste, al azul.
Pude verlo todo, porque mi novia vive
en un piso 10, frente a la autopista.
En el departamento de enfrente, la bandera
de Boca se rajó a la mitad, y no es una imagen,
fue la verdad, se abrió al medio, era como la ropa
de Superman, el día que le tocó morir.
Una semana antes del partido en Madrid,
unos días después del partido en la Boca, soñé
que me sentaba con el Tano Angelici
que estaba con un saco azul y me decía “perdimos”,
pero al rato me enteraba que había perdido las elecciones,
el partido todavía se tenía que jugar, atrás
de él estaba Elisa Carrió, que también era Madonna a la vez,
y al rato subía yo a una especie de tarima donde en otra
tarima frente a mí, lo tenía al muñeco Gallardo con un saco
negro, y yo le daba la mano, felicitándolo por la victoria.
Eso lo soñé, y también soñé que ganábamos 3-2
y que me entusiasmaba, pensaba en mis amigos
Anti-Guillermo, y pensaba “¿y ahora, qué van a decir ahora?”
Yo me entusiasmaba, pero sabía que faltaba un partido más.
Un tiempo más, fue lo que nos faltó, uno más, un gol, un cambio,
un mediocampista, uno más. No lo pudimos aguantar, lo dieron
vuelta, y los hinchas de Boca estamos dolidos no
porque perdimos contra Gallardo, maestro de la plasticidad
y la sorpresa, esencias del arte y el fútbol, que
es el arte de la guerra. Gallardo, que en su época de jugador
expresó la impotencia de su equipo de la forma más vil y cobarde,
arañando a nuestro arquero por la espalda,
y ahora de técnico manda a sus jugadores
a pegar, lesionar y sacar ventajas como sea
con tal de ganar. No, lo que nos duele
es perder contra D’Onofrio,
que en cada entrevista repite la misma falsedad:
“Nosotros ganamos porque tenemos valores,
yo tengo palabra.” La palabra,
hecha carne en el fútbol,
el lugar donde nadie era inocente,
expropiado por un difamador.

Nico viene hasta la compu,
donde estoy sentado y me dice
“escuchá este audio por favor, que no puedo
escucharlo, no es así,
es ‘tomá Puto. Te rompimos el orto’.”
Y me pasa el celular y escucho
a un típico-hincha-de-River-amargo extasiado
por la victoria, extasiado por haber podido derrotar
al tipo que en la cancha les había enfermado
la vida. “Qué placer, dice, qué placer. Se cayó el mito.
Qué placer la impotencia de los mellizos. Qué placer.”
Se relame, goza suavemente, dice,
“escucho al Muñeco, siento que es Brian Eno,
un ideólogo, un superador, qué placer, dice,
derrumbamos al mito, qué placer.”

La intelectualidad del Muñeco, prepotente y sobrador,
al cual todo le parece poco y en su época de jugador
estudiaba hasta la lengua del país
al cual podían llegar a venderlo,
y habla entonces cuatro idiomas.

El Tano arregló por seis palos.
Yo hice de todo, promesas,
congelamiento, imploración.
Nico sale a la vereda, habla por teléfono,
“estoy festejando”, dice, discute, Galel
se come dos empanadas semidormido en el sillón,
piensa, “hace 36 horas que no comía”, dice, y se recuesta
definitivo en el sillón, con una sonrisa, su short, y una cadena
colgando sobre el pecho.
Hoy dormí una siesta y volví a soñar con Gallardo, lo saludaba,
le daba la mano y le decía “soy de Boca
pero, la tenés muy clara”, y él sonreía
y miraba para arriba, casi al horizonte, y me decía
“siempre se puede aprender, mejorar, seguir aprendiendo.”
Por la radio D’Onofrio no para de hablar, y en su pose
todo se aleja, todo se confunde. Boca ya tiene un nuevo DT,
y todo se recicla, pero esta época
es casi imposible que no sea de River.
Cuando me voy de la librería los muchachos discuten
sobre el poder, el Peronismo y las posibilidades
de que las cosas cambien alguna vez.
“Macri y Cristina, Macri y Cristina, esa va a ser
la final del mundo”, dicen, mientras yo agarro mi caja
de libros y me voy.



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