La historia de una pregunta/ Comas, de Teresa Orbegoso

t_comas_t_orbegosoComas
Teresa Orbegoso
Buenos Aires
Añosluz
2018

 

 

 

Por Carolina Giollo

Conocí a Teresa hace unos años, gracias a la poesía. En  el 2015, nos cruzamos en un viaje a Montevideo en el que coincidimos en una cena literaria que se hizo en la casa de una poeta uruguaya. Hablamos poco, pero lo justo. Yo iba por segunda vez a Montevideo y, de pronto, encontrarme a poetas que conocía de Argentina me hizo pensar que la poesía es ese gran juego de azar y causalidades, y que si una está lo suficientemente abierta, puede conectar con ese colega o esa colega, puede cruzar los puentes necesarios para que la poesía circule como colectivo y como oportunidad de intercambio. Supe esa noche que no sería la primera vez que me cruzaría con Teresa.  De esa impresión, me quedaría el tono amable y cálido de su voz al leer y al recitar, la calidez estaba además en sus versos. No se precisa más que el sonido de las palabras justas para hacer vibrar al poema. No se necesita romper, ni posar, ni forzar una voz como la de Teresa, porque en esa voz, la claridad solo precisa del aire, del paisaje, de la reconstrucción de la memoria. Conocer su poesía era, para mí, además, conocer un país del que sólo había visto fotos o escuchado relatos de viaje: Perú. Perú en la poesía de Teresa es la lengua de los incas, pero también la lengua familiar, la constelación de una niñez, el origen, individual y colectivo.
Fueron años difíciles estos, de obstáculos y tristezas, enfermedades y penas, tanto como para ella como para mí. Aun a pesar de los obstáculos, se dieron otros intercambios, otros encuentros virtuales y reales. De esos encuentros, todavía me queda grabada en la memoria una versión del poema de Blanca Varela que ella hizo frente a alumnos de la escuela en la que trabajo, participando del Festival de Poesía en la Escuela. Ese día, también supe en qué tradición se inscribía la poética de Teresa Orbegoso. Como Blanca Varela, ella pone voz a los silenciados de la tierra, a lo desplazado por su color, a lo marginal por su identidad.
Vi a Teresa luchar incansablemente por su bienestar y nunca dejar de gestar espacios para otros poetas, trabajar con nuevos materiales y con otras disciplinas. Investigar, estudiar, pero por sobre todo seguir escribiendo. Como si de ese crear incansable dependiera su supervivencia. De ese continuo escribir nacieron poemarios como Yana wayra (Lima, Urbano marginal, 2011); Mestiza (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2012); La mujer de la bestia (Uruguay, Trópico Sur, 2014) y el álbum ilustrado Yuyachkani, junto a la artista plástica Zenaida Cajahuaringa (Lima, La purita carne, 2015). Antes de Comas  (Buenos Aires, añosluz, 2018), Teresa había publicado Perú (Buenos Aires Poetry, 2017). Un libro complejo y ambicioso, pero honesto. Dar un lugar a las muchas caras y muchas voces que habitan Perú, pero hacerlo con la integridad de una poética que busca profundizar la herida de la identidad para sanarla.
Entonces, parecía que después de Perú ya no quedaba nada más por decir sobre el tema, pero sí; esperaba ver la luz Comas. Y cuando nació Comas llegó a mí como un libro distinto a lo que esperaba: Comas está escrito en prosa, no en verso. Una prosa distinta a la de cualquier narración, sí, pero prosa, con toda su claridad y contundencia. Un lugar en un mapa. Un itinerario. Un destino. La referencia directa del título nos lleva a la información: “El Distrito de Comas es el cuarto distrito más poblado del Perú y uno de los 43 que conforman la provincia de Lima, ubicada en el departamento homónimo. Se encuentra a unos 15 kilómetros del centro de Lima”. Un lugar en Perú, dice Wikipedia, sí, pero además (digo yo), el hogar, la semilla de la escritura. ¿El punto de partida? Fruto de su trabajo en la maestría en escritura creativa de la UNTREF, el libro juega entre la reconstrucción biográfica y la memoria colectiva. Reconstruye una voz íntima, casi secreta, dolorosa sobre la violencia y la codicia, sobre la familia y lo que esta configura sobre el ser. Pero, también, en esa reconstrucción personal, se reconstruye la historia común. Es el recorrido por Perú y sus mitos fundantes, es la inquietud irrefutable de quién se reconoce y de desprende de su identidad. El libro termina en Buenos Aires, donde su escritura comienza. ¿El punto de llegada?  La distancia es necesaria para ver con claridad. Eso es lo que se suele decir. Y es la distancia en el espacio y en el tiempo y en el propio discurso lo que habilita el decir. Tal vez por eso la prosa tiene un rol fundamental: como recurso nos prepara para la narración, pero al mismo tiempo nos tiende una trampa. Encontramos, sí el testimonio: contar hechos, verdades, nombres, realidades que deben aparecer moldeadas por la descripción y la acción. Pero en boca (o en mano) de una poeta, la prosa carga sus tintas en los símbolos y las sugerencias. Rompe con la referencialidad, estalla el núcleo narrativo de una historia posible. Es posible, pero no puede ser una; necesariamente, tiene que ser muchas.
El tono de esta prosa es claro. Se mueve entre el recuerdo, el relato de viaje, la reflexión. Nos dice todo el tiempo: la vida está hecha de memoria, movimiento y conciencia. ¿Se cuenta una historia? Sí. ¿Se construye un marco? Sí. Pero el modo de hacerlo no deja afuera la poesía. En las imágenes y en la metáfora, la prosa encuentra su filo verdadero: una memoria cortada, un cuerpo herido, que lucha contra su caída. Como dice en una de las entradas que más me han impactado, Perú: “Llevo años diciéndome que algún día contaré todo. La verdad es que la pregunta que me ronda busca responder: ¿qué hace a los peruanos ser lo que son? ¿Y a ti, Teresa, qué te constituye? ¿Eres como ellos?”.
Hay en la obra de Teresa (y creo que Comas viene a confirmarlo), una poética coherente consigo misma, sostenida en el tiempo, un programa estético. La búsqueda incansable de una pregunta, no de una repuesta sobre quiénes somos, sobre el lugar del que venimos, sobre el tiempo que habitamos. Valiente y auténtica en su decir, Comas cumple lo que parecía prometer desde su forma: cuenta una historia, marca el movimiento, construye una voz, pero respeta el fragmento, el hiato, la sugerencia, porque no busca explicar o responder. Breve, elíptica y filosa quiere crear una mella donde el discurso oficial determina y condiciona. Comas se aleja del imaginario del ser peruano y se instala en la incomodidad de ese ser, se reconoce sobreviviente: “Soy una sobreviviente”, dice, y también “… los sobrevivientes no podemos vivir conectados a un mundo de definiciones”. Tal vez sea por esa claridad con la que se ve en el dolor que la voz se eleva como una agitadora, una guerrera que construye en el silencio de su escritura la estrategia de triunfo: “Jugué a la mínima felicidad, al consuelo, a la contemplación (hasta)… la verdad, la memoria y la justicia”.
Es que, es verdad: tal vez no sea posible contar todo, pero vale cada uno de los intentos. En el acto de contar quiénes fuimos, desarmamos quienes somos hoy, y nos volvemos otras, otros. Viene a sellar un pacto entre la autora y su público: ser todo el tiempo la pregunta que no se contesta, para que en el afán de buscar la respuesta hacernos nuevas preguntas. Claridad sobre el tiempo que se vuelve clarividencia. Una voz que se compromete a contarlo todo, de todas las formas posibles, que convierte el punto de partida en la llegada, y rompe con el mandato social del silencio, algo así como las locas que deambulan por Comas: “Llevaban tatuada en sus cuerpos una palabra. Quien la encontrase, porque estaría en una lengua muerta, tendría una revelación”. Vamos detrás de la revelación con este libro de forma continua. Una revelación que, como decimos no se contenta con una sola respuesta. Porque es toda la poética de Teresa Orbegoso (y no solo este libro), la que nos invita a cuestionarnos nuestros propios caminos, nuestros relatos, nuestra memoria. Esa es la misión de su voz, llevarnos a preguntarnos por quiénes somos, para que en esa pregunta encontremos la fuerza para ser quienes queremos ser.

 

Comas

Sendero Luminoso. Tendría muchas cosas para decir sobre ellos. Recuerdo ese día que amaneció en Comas, era otro día para no comer. Frente a mi ventana, en el cerro pelado, vi una casa destruida por la bomba que habíamos escuchado la noche anterior. La falta de luz en todo el distrito hizo que no nos diésemos cuenta. En esos tiempos, en cualquier parte, nadie veía nunca nada. No había manchas de sangre en las columnas ni en los pedazos de pared que habían quedado a la vista de todos. Habían desocupado la casa antes de la explosión. Alguien les había avisado. La bandera roja con la hoz y el martillo flameó, no la verdad. Una mosca sobrevolaba por todos los dedos de mis manos. Yo imaginé que estaban sucias, como las manos de las locas que deambulaban por el centro de Lima. Las locas, creía, eran un oráculo. Tenían epifanías constantes como las mujeres multiorgásmicas. Llevaban tatuada en sus cuerpos una palabra. Quien la encontrase, porque estaría escrita en una lengua muerta, tendría una revelación.

 


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