Naturalismo fantástico/ Párense derecho, de Eduardo Ainbinder

Texto presentación  del libro ¡Párense derecho! (Gog y Magog, Buenos Aires, 2015), de Eduardo Ainbinder, escrito y leído por Darío Rojo el 16 de diciembre del año pasado, en el Club Cultural Matienzo. Se agregan poemas pertenecientes al libro.

Por Darío Rojo

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¡Párense derecho!, de Eduardo Ainbinder, Bs. As., Gog y Magog, 2015

En muchas ocasiones cuando Eduardo me contaba algún detalle de su vida, algún episodio gástrico, o alguna problemática de logística personal, mi comentario fue el mismo; en realidad era una sugerencia que nunca había sido solicitada, y era muy sencilla: trepanación. Al pensar en este libro de alguna manera me acordé de esa intervención quirúrgica, y entonces me pregunté por qué yo le decía eso, y creo que lo que yo trataba de decir, o mejor dicho, yo trataba de aludir a un mundo en el que él se moviera con mayor solvencia, el mundo de la literatura. Porque en la literatura, o en cierta literatura que es la que este libro produce, la trepanación es un hecho, es decir, ya fue efectuada. Voy a tratar de explicar esto, porque bien puede dar a confusiones, no es una apología de los descerebrados, todo lo contrario.

En la literatura a un cerebro que funciona correctamente y reproduce fielmente sus mecanismos de desarrollo se le hace muy difícil escribir poesía, diría que casi es imposible. El cerebro de un tonto, de un engolado, de un objetivista, aunque funcione en su mínima potencialidad, funciona bien, pero cuando escribe intenta reproducir el diseño de su casa matriz y ahí es cuando fracasa. Lo mismo ocurre con la emoción y con tantos otros procesos que de alguna manera configuran la realidad, no tiene sentido reproducirlos respetando cada una de sus leyes, sin ningún tipo de contaminación. Esto puede parecer una obviedad y para otros algo a discutir, habrá quien vea en, por ejemplo, “mi mamá me mima”, un verso genial, otros no, pero bueno… no importa. Por esto mismo me parece que una de las razones de la solvencia de estos poemas es la renuncia parcial, en realidad, la atenuación de la naturaleza de esos procesos que hacen a un ser humano en pos de un hecho literario. Aquí se trepana, se renuncia, se adecua para que funcione esa realidad que es la literatura.

De todos modos, las herramientas que en este libro se utilizan para lograr esa autonomía son múltiples y exceden el espacio de una presentación, pero una que me parece que es bastante curiosa es la vía del naturalismo fantástico. En ese tipo de narración en la que se describe una cotidianeidad enriquecida con elementos no inmediatos, casi nacidos en la imaginación, de alguna manera nos obliga a cambiar nuestra postura, a pararnos derecho y convivir mientras dura la lectura, o en este caso la escucha, con leyes destinadas a transformar cada palabra en procura de la creación de un nuevo valor de entendimiento, que solo puede producirse cuando se entiende que hay un valor especifico en la creación de un poema, en donde las fuerzas interiores son mucho más fuertes que cualquier suceso exterior. Es decir, el poema es ese lugar en donde la realidad llega para ser transformada. Esto, creo, que es un logro poco común en estos días, y como en todo triunfo hay una paradoja, me parece que la que aquí se presenta con mayor fuerza es la de cómo desde cierta neutralidad se logra un alto grado de extrañeza y un decir profundamente íntimo y conmovedor.

Poemas de ¡Párense derecho!

En nuestra casa institución

los únicos habitantes erguidos son las sillas.
Y aunque en todo momento
escuchamos los gritos
de nuestro preceptor: ¡Párense derecho!
no hay manera, no hay modo
de dejar de ser un cuasimodo.
Y si golpean a la puerta
de nuestra Casa Institución
egoístas disfrazados de altruistas
con ignorancia de aquella regla elemental
que dice: «A los vergonzantes
no se les pide, se les da»,
no tenemos nada para dar
salvo que un día nos volvamos
enjutos a más no poder
para ofrecer aunque sea
menos resistencia al aire.

La imprevisión

es falta de esperanza.
Es desnivelar la balanza
pensar que venturas le ocurrirán
a quien propone mantener
una correspondencia con el mundo
en donde todas las fallas y desatenciones
corren por su cuenta y cargo;
adopta la falta de lógica más elemental.
a ninguna cosa por su nombre llama,
nombra en forma solapada a quien más ama
y aunque sea del todo impostergable
nada designa con apodo perdurable,
e incólume, siempre igual a sí mismo
llama a la imprevisión con eufemismo:
«Despertar en lugares imprevistos,
ni siquiera en sueños entrevistos».

Como todos sabemos

debido a su fragilidad,
las burbujas se llevan mal con todo el mundo:
con los más pálidos reflejos,
con el ensueño de los conejos,
con los fantasmas al paso,
con todo lo que se les interpone
sin quererlo o quizás adrede,
con lo más vago, lo más leve,
y hasta con aquellos seres
que en suma debilidad
todos los días destruyen
imaginariamente sus vidas
no sin antes preguntar
si puede lo pasajero y fugaz
permanecer un poco más.
Y sin embargo deberían
declararlas incapaces de provocar
otro sentimiento que no sea
el de la humana simpatía.


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