Eugenio López Arriazu: una completud rota

Presentación de Hombres subterráneos (Buenos Aires, Dedalus, 2022), de Eugenio López Arriazu.

Por Daniel Freidemberg

El Funes de Borges, el Erdosain de Arlt, Robinson Crusoe, Sarmiento, Foucault, Gulliver, Freud, Darwin, el Calibán de Shakespeare, Ernesto Guevara, Eva Hitler, Bacon, La Evita de Perlongher abandonada al imperativo de goce, el cacique Inacayal, Iuri Gagarin y hasta un tal Eugenio López, entre otros. Autores, personajes, textos, protagonistas de la historia o la cultura, toman la palabra o, más bien, son intervenidos, con cierto ánimo avieso, demitificador o fisgón, a la manera del chico que despanzurra el muñeco para ver qué tiene. Sea lo que sea lo que encuentre, estopa o sofisticados mecanismos o entrevisiones que despiertan lo aletargado o roña, la completud ilusoria quedó rota. Eso “que cerraba” ya no corre.

No es exactamente aquel potenciar de la materia verbal o intensificación de sentidos que solemos buscar cuando vamos a la poesía lo que ante todo ofrece este libro. Tampoco es que falte, irrumpe por ahí o chisporrotea, siempre que primero haya el lector aceptado la propuesta: métase, como un detective impertinente, a hurgar, sin esperanza de comunión y abierto al riesgo, y después vea qué hacer con eso, si quiere, o qué eso hace con usted. Poner en acción a full los resortes críticos de nuestra capacidad lectora. No suele escatimar nada Eugenio López Arriazu, más bien apuesta a la desmesura y la saturación. Hombres subterráneos es, tal vez pueda decirse, una operación cultural. No hay indiferencia posible para quien se meta de veras.

Y una recomendación personal: ese sorprendente experimento literario que, en su trecho central, esta apuesta trama, a partir de la correspondencia entre Calfucurá, Mitre, Guido y Urquiza, un excepcional trabajo de reescritura que le habría entusiasmado a Leónidas Lamborghini.



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